Conceptualización del Psicoanálisis.

El psicoanálisis es una teoría que tiene como piedra angular la profundización en el estado inconsciente humano y la relación de este con las enfermedades de la psiqué o del alma. Por tanto, a esta teoría también se le ha denominado psicología profunda, ya que a partir de su método basado en la charla y la asociación libre se logra sacar a flote lo reprimido, aquello que pervive aferrado a los abismos del inconsciente. Sigmund Freud, su creador, estableció entonces una diferencia radical entre lo consciente e inconsciente, y determinó que la conciencia es un estado transitorio que ofrece al individuo conocimiento de sus propios estados anímicos, de las percepciones procedentes del exterior, que son sus percepciones sensoriales, y de las percepciones que proceden del interior que corresponden a sus sensaciones y sentimientos. Sin embargo, muchas de las representaciones humanas de la realidad que se crean en la psiqué no logran el estado de la conciencia debido a cierta energía que les opone resistencia, creando de esta forma la represión. Uno de los papeles fundamentales del psicoanálisis es advertir esta energía y fungir como traductor del estado de inconciencia para hacer emerger dichas represiones al plano consciente, por esto decimos que el método psicoanalítico está ligado a la teoría de la represión. Pero, se debe aclarar que, no todo aquello que no aflora en la consciencia deviene de una represión, ya que hay un estado latente que es capaz de conciencia, a esto lo denominamos el estado preconsciente, el cual es más cercano a la conciencia; y todo aquello que es incapaz de conciencia es lo que conocemos como represión. Entonces, el papel del psicoanalista es hacer preconsciente lo reprimido por medio de las representaciones verbales que le correspondan a la represión. Estas representaciones son restos mnémicos que en algún momento precedente fueron percepciones de la realidad, teniendo de esta forma la posibilidad de volver a ser conscientes. Es decir, el vehículo por el cual emergen las represiones a la conciencia es el lenguaje. Esto me lleva a pensar en el papel que tienen los diálogos de los personajes de la ficción, ya que sin pretender que el narrador oficie como un psicoanalista de estos, sí debe conocer a profundidad sus pensamientos, sus emociones, su universo moral, y de este modo, los diálogos deben cumplir el papel de verbalizar aquello que permanece oculto de la conciencia. Ahora bien, para hacer más clara la composición de los sujetos, Freud propone una constitución tríadica. El primero que aparece en esta amalgama es el Yo, quien se encarga de la organización de los procesos psíquicos del individuo, integra la conciencia, fiscaliza y censura su mundo onírico, genera resistencia cuando siente la aproximación de lo reprimido y establece las exclusiones de estas mismas represiones. En este punto se debe hacer la salvedad de que la relación de la percepción exterior con el Yo es evidente, no así la percepción del interior, la cual está mediada por el placer-displacer. Lo que nos produce placer es lo único y lo último que se concede, no se puede aumentar o prorrogar. Regreso al ejemplo de la construcción de personajes de ficción, ya que estos, durante los giros narrativos y las vicisitudes que presenta el narrador, luchan con las modificaciones de las sensaciones displacientes, y el narrador se convierte en un opresor, y el personaje en un oprimido. Del mismo modo, hablamos de las tensiones provocadas por la necesidad que quedan reprimidas por la coerción que, volviendo al caso de los personajes literarios, lo llevan a hacer conciencia del displacer, y cuando no alcanzan a llegar al sistema preconsciente, las sensaciones o sentimientos se manifiestan de otro modo. Así pues, el individuo es un Ello psíquico desconocido e inconsciente, el cual tiene como superficie el Yo. Lo reprimido constituye una parte del Ello que se separa del Yo por las resistencias y coerciones. De este modo, la represión solo se comunica con el Yo por medio del Ello. Por tanto, el Yo es una parte del Ello modificada por la influencia del mundo exterior, es por esto por lo que la percepción, la reflexión o la razón hacen parte del Yo, a diferencia del Ello que está constituida por el instinto y las pasiones. El tercer elemento que conforma al individuo es el Superyó, el cual presenta una conexión menos cercana con la conciencia, ya que es allí donde habita la melancolía, conceptualizada por Freud como “una reconstrucción en el Yo del objeto perdido”. Esta melancolía me remite de nuevo a los personajes literarios, ya que a todos ellos siempre se les quita algo, se les asigna algo para buscar y así el viaje de la búsqueda crea el relato. Para el psicoanálisis el objeto sufre una sustitución que estructura el Yo y forma el carácter, es decir, y volviendo al ejemplo, el carácter del personaje se determina a partir de lo que este ha perdido y de la forma como lucha para encontrarlo. Estos objetos del individuo son seleccionados durante el primer periodo sexual y recaen sobre el padre y la madre. Es en este momento cuando Freud expone el complejo de Edipo, al decir que el Superyó tiene una relación ambigua con el Yo, ya que al individuo se le dice que debe ser como el padre, pero no puede hacer todo lo que este hace. De allí germina una primera represión que reinará luego sobre el Yo como la conciencia moral o como sentimiento inconsciente de culpabilidad. De la misma forma sufren los personajes al desear objetos que jamás le serán dados por el narrador.

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